Artículo publicado en revista El Granito de Arena de marzo de 2020
Mt 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol
Pensamientos de san Manuel González para orar con las lecturas de este domingo
«El mismo Sacrificio en el Calvario y en el Altar, el mismo sacerdote, Jesús, la misma Víctima, Jesús, (el sacerdote no es un sucesor de Jesús, es su ministro; con Él y por Él, ofrece y se ofrece). Y veo, por último, en torno de esas Misas, el cielo, la tierra y los abismos esperando, recibiendo, agradeciendo… El cielo, cerrado desde el primer pecado de Adán hasta el momento de morir Jesús, abierto de par en par y por sus puertas entrando riadas de almas selladas con gotas de Sangre del Sacrificio, y ocupando las sillas vacantes que dejaron los ángeles rebeldes, y en el fondo y a derecha del Padre, Jesús, el Hijo de todas sus complacencias, con su humanidad sacrificada, con sus cicatrices resplandecientes…
La tierra, antes del Calvario, erial de piedras y espinas, cloaca de podredumbres, gusanera inmunda, trocándose en jardines preciosos con toda clase de flores de virtudes y de frutos de buenas obras, en hogares de refugio para todos los afligidos y perseguidos, en viveros de hombres nuevos, recios, aspirantes a la perfección más alta.
Los infiernos, el Seno de Abraham, en el que generaciones de justos esperaban ansiosos la hora nona del Calvario de Jesús, vacío; el purgatorio, abriendo anchas escalas para dar salida en dirección del cielo a innumerables almas teñidas con gotas de Sangre del cáliz consagrado. Y por encima de cielos, tierras y abismos, veo al Padre celestial tantos siglos airado con los hombres pecadores y ahora rebosante de gozo, mirando a su Hijo ofrecido en cada Misa de la tierra, multiplicando indefinidamente sobre ella el eco de la voz que se oyó en el Tabor: “He aquí a mi Hijo muy amado en el que tengo mis complacencias”» (OO.CC. III, n. 5289).